Insomnia
Me han dejado afuera
al igual que a los rateros, los locos y las putas.
Nadie confía en un ratero.
Abrirle la puerta a uno, refiérome:
Pase usted por aquí, póngase cómodo.
Las alhajas andan sueltas por ahí.
Algunas están enterradas en el patio
como los gatos fallecidos en todas mis infancias.
Me han dejado afuera
porque supuro tristeza y eso es contagioso.
Nadie confía en un loco.
Nadie se enamora de un loco
a sabiendas que no es una res.
Yo también seguí la línea
hasta que enredé el cuello en la cuerda
que fracciona la realidad
y dejé salieran por mi cosa
todas las verdades que se me ocurrieron.
Entonces, los amigos y los enemigos
evitaron invitarme a las fiestas, a los funerales.
Dicen analizo el llanto, la risa de la gente
que saco conclusiones que llegan a incomodar.
Me han dejado.
Nadie confía en una puta.
Bueno, algunos hombres sí
los calientes que se la juegan fría.
La esposa está bien, en casa
ayudando a los hijos con la tarea.
Ellos están bien, en el auto familiar
con el “car seat” espetado en el culo
revolviéndose como Adanes sobre la manzana.
Seré honesta
creo que lo peor de que terminaran mis años veinte
es que todavía no me siento madura ni realizada
propensa a la felicidad.
No puedo evitar adelantarme a los hechos:
la madre muerta, los hermanos que crecen
la carencia de hijos y del hombre en mi sofá
tieso, morado, muerto de amor por mí.
Estar afuera es lo más parecido a correr y correr
dentro de una ruedita
como esas que usan los hámsters
para olvidar que su casa es una jaula.
No llego a ningún lado por este camino.
No llego a ningún lado porque todos los caminos me los
inventé
y sigo sin moverme, quietecita
esperando a alguien que se arriesgue a decirme que
pase.
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